Una reflexión no agraria (o sí, por qué no) sobre la prensa como cuarto poder

En 1997 se estrenaba la película La cortina de humo y lo que nos ha quedado de ella, además de su magnífica factura, es su extremado parecido con la realidad y, de alguna manera, su condición profética, pues poco después Clinton, Lewinsky y algún país musulmán se convertirían en los protagonistas reales de una trama muy similar.

Se trata de una sátira política que denuncia la falta de escrúpulos de los gobernantes de nuestros días y las amplias tragaderas que la prensa tiene como consumidora de la basura informativa que los gobiernos le suministran.

No avisa tanto sobre la connivencia de los medios con los desvíos de los poderosos como sobre la intención manipuladora de estos con respecto a los primeros. Pero si la prensa es manipulada sólo puede serlo por dos razones: o porque esa connivencia existe o porque los periodistas han hecho dejación de las funciones que, como cuarto poder, les ha otorgado la sociedad civil.

Sometida por monarquías y oligarquías, la ciudadanía vivió experiencias pseudodemocráticas en Atenas y Roma, atravesó la larga noche que supuso la Edad Media, vio resucitar de algún modo su conciencia de pueblo soberano en el Renacimiento y con la Ilustración asumió definitivamente que la concentración omnímoda del poder es contraria a la libertad y el bienestar de las personas.

A partir de ahí, Montesquieu expresó la idea de la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) que habría de convertirse en una de las bases de nuestro Estado de Derecho. Así se limitaba la posibilidad de que individuos e instituciones abusaran del poder, aunque no se eliminaba. De hecho, con el paso del tiempo se demostró que estos tres poderes, más que mantenerse independientes y vigilarse mutuamente, tendían a la concentración y a seguir controlando y dominando a los ciudadanos.

Más tarde, con el desarrollo de los medios de comunicación de masas, la sociedad creyó ver en la prensa el aliado perfecto para luchar contra los excesos, un contrapoder al que se denominó ‘cuarto poder’ y que en nombre del pueblo habría de vigilar la conducta de los otros tres. Sin embargo, también los poderosos de distinta índole encontraron en la prensa un vehículo perfecto para la defensa de sus intereses y para hacer más efectivo el control de un público cada día más crítico gracias al creciente acceso a la información y la cultura.

¿Y qué ha hecho el cuarto poder en esta vieja batalla establecida en su propio seno? Sin ninguna duda, con frecuencia ponerse al lado de los débiles, de los oprimidos y de las luchas sociales. Pero la moneda informativa tiene otra cara que no pocos estudiosos de la comunicación de masas han puesto de manifiesto ya en el siglo XX.

Mattelart denuncia la relación existente entre la industria de los países dominantes y las oligarquías locales que controlan a los medios de comunicación. Mills afirma que la función de estos es educar a los ciudadanos según las necesidades de las élites del poder, entre las que se encuentran, precisamente, los propietarios de los medios. Schiller pone en solfa los mitos creados por los propios medios en torno a cuestiones como la neutralidad de las instituciones y el pluralismo de la propia prensa. Y Chomsky, de moda estos días por su lista de las diez estrategias de manipulación mediática, resalta el miedo de las élites al poder de la democracia y los esfuerzos que estas hacen a través de los medios para favorecer la desmovilización de la sociedad.

No hace falta conocer en profundidad las obras de estos autores para conectar sus ideas con lo que a diario nos llega a través periódicos, radios y televisiones. Además, la crisis económica nos ha puesto en bandeja la comprensión de estas ideas al hacer aflorar toda la debilidad de nuestra democracia actual y el cinismo sobre el que asienta.

Hace tiempo que la gente desconfía de los tres poderes tradicionales, tales han sido sus malsanas connivencias, interdependencias y fracasos. Y ya muestra una clara desafección hacia el cuarto, que últimamente ha renunciado o no ha sabido ejercer de una forma palpable y sin margen a la dilación su papel de contrapoder. Por eso ahora entre la ciudadanía ya no se habla de ejecutivo, legislativo y judicial, que, como poderes, parecen periclitados, sino del poder económico, del poder político y del poder mediático, cada uno de los dos últimos supeditado al que le precede.

¿Quién o qué encarnará a partir de ahora el cuarto poder? Movimientos como el del 15-M parecen apuntar hacia un deseo de la sociedad civil de ejercerlo directamente, sin intermediarios. No se ve fácil, pero quizá las modernas tecnologías de la información y la comunicación lo hagan más asequible de lo que aparentemente es. En todo caso, sea donde sea que la ciudadanía deposite su imperioso y viejo deseo de controlar a los poderes que la gobiernan, no evitará tener que enfrentarse a cuantas cortinas de humo los modernos oligarcas consideren oportuno levantar. Pues esto si que no cambiará.

 

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3 comentarios en “Una reflexión no agraria (o sí, por qué no) sobre la prensa como cuarto poder”

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