Hay hombres (y cada vez más mujeres) que duermen para despertarse cuanto antes y abrazar de nuevo la vida que verdea sobre el tapiz agrario.
Hablo de hombres (y cada vez más mujeres) a los que les puede el ansia por deslizarse sobre la grupa del tractor como quien cabalga a diario sobre un verso de amor.
Hablo de los que son recibidos con lazadas de terciopelo en torno a sus piernas por perros pastores que ordenan la salida del rebaño como sargentos en zafarrancho de combate.
De los que entonan canciones para entonar el cuerpo sobre el que galopan sus sueños, ora contenidos ora desenfrenados, según vaya el tempero.
De esos que almuerzan mejor que reyes con las posaderas acomodadas entre guijarros y el riñón protegido de un relente que se diluye con peligrosa pereza.
Hablo de estos y de todos los que saben leer en los labios del horizonte la vieja promesa de la tierra que se enciende.
Para esos hombres (y cada vez más mujeres) y para los que se tienen que entender con ellos, con sus silencios, angustias y en cierta medida desbocados lamentos, nacieron las páginas de este blog.
También para mí, para comprenderlos y comprenderme mejor. Para ubicarme, orientarme y dejar huella sobre el polvoriento camino de alguien que hubiera querido ser como ellos, pero también como otros y que en esa encrucijada pretendió levantar casa.
Hoy, la casa queda desierta. Periodismo Agroalimentario permanecerá en la encrucijada ya solo como vestigio, señal de que alguien anduvo por ahí. Su cancela seguirá abierta para quienes no pueden evitar la curiosidad de asomarse al umbral de una masía abandonada, quizá encuentren algo útil todavía, pero no habrá una cadiera encendida ni un puchero en la lumbre.
En la alacena hay todavía algunos trastos. Nos vemos.
