Salimos de participar en un focus group organizado por la Universidad de Zaragoza en torno al turismo enogastronómico y alguien recuerda aquel programa dedicado a esta ciudad en la serie ‘Un país para comérselo’. Sí, aquel en el que algunos bares zaragozanos ofrecían vino de Rioja o alimentos de procedencia no aragonesa y en el que los guionistas tiraron de joteros como si de un musical se tratara. En la conversación se van recordando los detalles y alguien explica que el programa es pura publicidad y que la productora había exigido a determinadas denominaciones de origen o empresas un pago por salir en este capítulo y que, enfadados por las negativas, había introducido esas perlas malintencionadas que tanto desasosiego provocaron entre la parroquia aragonesa.
Personalmente no doy crédito a esta versión, aunque sí considero lo sucedido como una falta de sensibilidad impropia del cometido del programa. Pero no es de esto de lo que pretendo hablar en esta entrada, que únicamente me sirve para hacer una reflexión sobre el fondo del asunto: la inapropiada actividad publicitaria que muchos medios de comunicación, programas, espacios o productos informativos realizan contraviniendo las leyes y el derecho del público a recibir información honesta y/o publicidad convenientemente identificada. Así como la negativa imagen y desafección de la audiencia que esta práctica conlleva.
Cuando un cocinero televisivo realiza un guiso y canta a su público las cualidades de un alimento porque previamente ha cobrado de los productores del mismo, no está siendo honesto. Cuando una revista hace un reportaje sobre una denominación de origen porque su consejo regulador lo ha pagado en tiempo y forma, tampoco. Y no lo son, por supuesto, quienes utilizan esta forma de promocionarse. Estamos hablando, evidentemente, de situaciones en las que los alimentos publicitados ocupan espacios que el público entiende como informativos.
Recordemos, antes de nada, algunas cosas que dice la ley al respecto:
1. La creatividad publicitaria debe someterse a cuatro principios: legalidad, veracidad, autenticidad y libre competencia.
2. El principio de autenticidad obliga a distinguir la publicidad (subjetiva e interesada) del resto de contenidos informativos o de entretenimiento.
3. Es publicidad encubierta aquella que se presenta como si fuera información.
4. Es publicidad indirecta aquella que aprovecha espacios no publicitarios para colarse en ellos.
5. Es publicidad subliminal aquella que provoca estímulos que se perciben inconscientemente.
Los medios y espacios agroalimentarios (no todos y algunos más que otros) realizan algunas incursiones por el territorio de la publicidad encubierta e indirecta, no tanto por el de la subliminal, en mi opinión. Es cierto que las demanda el anunciante y que a veces incluso para un especialista en el tema sería difícil marcar la línea que separa la publicidad y la información honesta de las que no lo son, pues así de confusas pueden ser las cuestiones éticas y deontológicas.
Pero hay que tener en cuenta que la ley está para cumplirla. Por otro lado, todos tenemos la obligación, sobre todo ahora, de colaborar no sólo con la recuperación económica del país, sino también de los valores éticos cuya ausencia ha provocado la situación en que nos encontramos. La crisis no la han provocado los medios de comunicación ni los anunciantes, y menos los del sector agroalimentario, pero a todos nos toca hacer nuestra pequeña aportación a la recuperación moral de la sociedad a la que pertenecemos.
El problema de la publicidad encubierta ya ha sido denunciado más de una vez, e incluso hay medios que se desmarcan abiertamente de ella con iniciativas como la de la revista Planeta Vino, que incluye en todas sus páginas no publicitarias la leyenda esto no es publicidad. Una forma de anunciar su apuesta por un ejercicio honesto del periodismo y, de paso, denunciar la existencia de un ejercicio deshonesto.
Creo que aunque algunas dinámicas de las señaladas se hayan consolidado con fuerza, es posible, aun en tiempos de crisis, poner en marcha iniciativas para terminar con ellas. Debemos ser conscientes de que son pan para hoy y hambre para mañana, porque el desprestigio de quienes las practican acaba socavando su propia subsistencia. La grave situación en que se encuentra el periodismo de este principio de siglo se debe, en parte, a los excesos cometidos por los propios medios y de los que, por acción u omisón, casi todos somos responsables.
Cuando un redactor llama a una persona a la que quiere entrevistar con el único fin de escribir una información y esta le responde «no quiero publicidad», «no quiero salir» o «no tengo dinero», situación que se da con cierta frecuencia, algo está fallando. Reunámonos, analicémoslo, pongámonos de acuerdo y pactemos un código de autorregulación. Los ciudadanos nos lo agradecerán y, a la larga, también la cuenta de resultados. De otra forma, quizá llegue alguien algún día que quiera regularnos a su manera.
España es un país para comérselo, pero en buena lid. Un medio nunca debería olvidar que, antes que a los anunciantes, se debe al público.