Revuelta agraria (1): mercado, política y ¿clima?

El final del franquismo, la fortaleza clandestina del Partido Comunista y los curas obreros permitieron en los años 70 que el descontento de los agricultores y ganaderos españoles estallara en las llamadas ‘guerras’ (del maíz, etc.). Ahí nació el moderno sindicalismo agrario, que abandonó el verticalismo del régimen dando lugar a las llamadas “uniones”. Estas confluirían en una coordinadora estatal: la COAG. Después fueron llegando las demás organizaciones, Asaja y UPA, además de otras de menor implantación territorial.

Aunque los estallidos se han sucedido desde entonces, probablemente no ha habido una revuelta agraria como la que se vive estos días. Hay menos agricultores y menos tractores en la carretera, pues el número de profesionales ha descendido dramáticamente, pero la atención mediática, política y pública que se está consiguiendo no se había visto en mucho tiempo.

Cincuenta años después, a la agricultura española no la reconocería ni la madre que la parió, como diría el legendario vicepresidente. Salvo por su principal problema: los precios de los productos agrarios. Es lo que enardeció a los pioneros del sindicalismo y lo que sigue cabreando a sus hijos.

Las circunstancias no son las mismas: las grandes distribuidoras de alimentos no existían entonces (o no eran tan pocas y tan grandes), las técnicas de cultivo estaban escasamente evolucionadas y Europa era, ni más ni menos, un sueño, por señalar algunas diferencias que vienen al caso, como se verá.

Si atendemos a lo que se está diciendo estos días, detrás de esta nueva revuelta agraria hay, fundamentalmente, una causa: el bajo rendimiento económico de la actividad, el hecho de que el mercado no remunera con justicia el trabajo de los agricultores y ganaderos.

Subyacentemente estaría la desigual y desequilibrada posición de los diferentes integrantes de la cadena de valor en la misma y la acción dominante y abusiva de la distribución. Y a ello podríamos añadir circunstancias como la volatilidad de los precios y la inestabilidad del mercado por causas ajenas al agro (geopolítica, desastres naturales…).

Como catalizador, la subida del salario mínimo interprofesional (SMI), el verdadero detonante de la crisis.

Revuelta agraria: las primeras reivindicaciones, siempre en la carretera.               ARCHIVODELATRANSICION.ES

¿Agricultores o empresarios?

Empezando por la cuestión del SMI, podríamos pensar que resulta triste que quienes no se consideran justamente pagados se lancen a la calle para protestar cuando otros “parias de la tierra” consiguen ver mejorada su situación económica. No ha sido exactamente así, lo sé, pero algo de verdad hay en ello y conviene hacer, aunque solo sea por higiene social, una reflexión en el sentido que se propone.

En todo caso, esta cuestión del salario mínimo deja clara una cosa que no todo el mundo ve así: los agricultores y ganaderos de nuestros días no son los campesinos de antaño ni, por supuesto, los jornaleros de hogaño. Son, en su mayoría, empresarios; pequeños, grandes o medianos, pero empresarios.

No se trata de una simple cuestión de categorías, sino de la visión que cada una de ellas conlleva o debería conllevar. Un agricultor-empresario no solo ha de saber cultivar la tierra de la mejor manera posible, sino también gestionar su negocio como un agente económico más, es lo que la sociedad necesita de él. Mirar el mundo desde el tractor o desde la puerta de entrada al mercado cambia la perspectiva. Hágase, si no, la prueba.

De lo anterior colegiríamos que el problema de los precios agrarios no se solucionará (en caso de que tenga solución) desde una visión productiva, sino de mercado. Pero ya volveremos a ello.

Verdad verdadera

Lo de la escasa rentabilidad de la agricultura es objetivamente cierto. Aunque va por subsectores, épocas y circunstancias y no siempre la renta agraria desciende, es el viejo problema endémico del sector, una verdad verdadera, como dicen los colegiales. Este, y el poco reconocimiento social que tiene la actividad agraria son los dos pilares de las periódicas sublevaciones de agricultores y ganaderos. Dicen que el vicepresidente del Gobierno les ha dicho: “seguid apretando”. No sé si ese es el papel de un vicepresidente, pero no podemos estar más de acuerdo, tienen que seguir apretando o perderán definitivamente la batalla.

Con buenas prácticas, una comunicación adecuada y algo de tiempo pueden mejorar mucho su imagen. Lo de los precios ya es otra cosa, quizá sea algo irresoluble, pero no debería ser un obstáculo para poder vivir dignamente del trabajo que realizan, es la paradoja agraria, que no tiene más truco que uno: se llama PAC.

En todo caso, la debilidad de los precios hay que intentar, si no eliminarla del todo, sí poner freno a sus causas en la mayor medida posible. Herramientas hay.

Revuelta agraria: menos tractores que en los 70, pero más impacto.

Un diagnóstico (de aficionado, eso sí)

La desigualdad en la cadena de valor puede ser una de las causas de los bajos precios de los productos agrarios, pero no la única. El crecimiento constante de la productividad y, por tanto, de la oferta también puede estar ahí. Es fruto del éxito investigador y tecnológico, del constante esfuerzo de mejora de agricultores y ganaderos, pero ambas cosas pueden tener su talón de Aquiles, precisamente, en la repercusión sobre los precios.

La llamada Revolución Verde, pues de eso estamos hablando, no solo trajo un crecimiento increíble hasta entonces de la productividad, sino también de los costes, ya que este crecimiento se basa en la implementación de técnicas y tecnologías no baratas en muchas ocasiones.

Tampoco dejemos pasar por alto que la Revolución Verde provocó una importante pérdida de biodiversidad (se cultivan mayoritariamente las variedades que mejor rendimiento dan) y, en consecuencia, una disminución de la capacidad de diferenciación de las producciones. Recalquemos que en la diferencia ha estado siempre (no solo ahora, cuando lo dicen los predicadores del márquetin) una parte del reconocimiento excepcional que los consumidores han dado a algunos alimentos. Aunque no siempre es así, quienes están dentro de una denominación de origen, por ejemplo, salen a vender en mejores condiciones que los demás.

Pero hay más causas tras la enfermedad de los precios. Los economistas señalan, entre otras, las deficiencias estructurales del sector, como el tamaño de las explotaciones o el sobredimensionamiento del parque de maquinaria. Añádase la todavía insuficiente actividad transformadora o la precariedad, en muchos casos, del entramado comercializador.

Revuelta agraria: de las guerras del maíz a la de la cadena de valor.

La política y otros monstruos

Por su parte, la política añade condimentos. El primero y más grave, una PAC muy deficiente, porque si funcionara bien no estaríamos hablando de una revuelta agraria ni puntual ni recurrente, como es el caso.

La política agraria europea nació con un doble objetivo: asegurar alimentos suficientes, seguros y accesibles a la población y garantizar la renta de quienes tenían que producirlos. El primero lo ha conseguido sobradamente y los europeos somos los que mejor comida tenemos en el mundo y a unos precios que nos permiten gastar el grueso de nuestros ingresos (salvada la hipoteca) en bienes y servicios que no son de primera necesidad, sino de puro bienestar. ¡Que se lo cuenten a nuestros abuelos!

Lo de garantizar la renta no se ha culminado. No ha habido ni acierto administrativo ni valentía política para hacerlo. Las idas y vueltas con el concepto de agricultor activo, genuino o cualquier otro sucedáneo nominativo es un ejemplo. Cuando nos digan quién es agricultor de verdad se empezará a ver la luz.

Y si ya entramos en geopolítica, para qué queremos más. Dícese de la actividad política internacional destinada a consolidar supremacías mundiales mediante el inicio de guerras reales o figuradas que pagan los que no tienen ninguna culpa, como agricultores y ganaderos. Esta podría ser una definición más o menos acertada. Léase veto ruso o sanciones por el Airbus, amén de otros despropósitos arancelarios y proteccionistas.

Apuntan algunos, finalmente, al clima como otro de los depredadores de la rentabilidad. Esto es un capricho argumental que habría que ir desterrando, porque el clima es, vaya, uno de los factores que hacen grande a la agricultura española. Que de vez en cuando una pedregada o una inundación lo arrase todo es parte del juego, como lo es una buena nevada o un temporal en su justo momento. Al menos, hasta que el cambio climático consolide las nuevas dinámicas meteorológicas que parecen atisbarse.

Así que el cóctel, como se ve, tiene muchos componentes. El problema es complejo, el reto difícil y la solución no está a la vuelta de la esquina, pero podría verla la próxima generación si todo el mundo hace sus deberes, porque la revuelta agraria no es culpa de nadie en concreto, sino consecuencia de un fracaso colectivo. Y colectivas tienen que ser las enmiendas.

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1 comentario en “Revuelta agraria (1): mercado, política y ¿clima?”

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