Peagrosemana 25.14 La hora de la independencia

A los mandatarios imperiales les gusta sentir que el mundo se para y contiene la respiración cuando ellos se levantan del sitial e inician el ademán de hablar urbi et orbi. A Donald Trump le encanta, se le ve dichoso, empachado de felicidad y poder. Un poder que la falta de protocolo e incluso de educación engrandece, porque solo los grandes pueden tratar a puntapiés las normas que rigen para los demás.

El presidente de los Estados Unidos ha dado ya varias muestras de cómo le gusta acariciarse el ego en escenarios impensables hasta hace cuatro días, con decorados, más que populistas, populacheros, figurinistas que sin la protección imperial estarían en el circo… o en la cárcel, guiones de vulgar tragicomedia que dejan helado y en camino del terror al auditorio más formado y más formal y un uso de los símbolos institucionales a modo de vestimenta para caballerizas de escaso pedigrí.

La noche del 2 de abril en Europa fue uno de estos momentos increíbles y vulgarmente disruptivos. Trump lo llamó, allí, en su predio, el Día de la Liberación. Para el resto del mundo (y para EE. UU., aunque no lo sepa todavía) será la fecha de inicio de la distopía que la literatura y el cine vienen anunciando desde finales del siglo XX.

Como si de una carnicería, una tienda de ultramarinos o un bar de barrio se tratara (con todos los respetos a estos y al circo, por supuesto, pues tienen más dignidad que la misma Casa Blanca), el emperador blandió su delirante lista de precios, del precio que pone a sus relaciones comerciales (de pistolero ventajista) con el resto del mundo.

Y lo hizo contando un cuento que ningún economista razonable firmaría, pero que los obreros del sector automovilístico estadounidense y un montón de millones más de sus conciudadanos emplearán para dormir tranquilos hasta que la precaria cabaña de paja en la que viven sea arrumbada por el soplido de la lobuna distopía.

A Trump y la oligarquía que le ríe e inspira las gracias les pillará en su chalé de ladrillo y acero y desde los grandes ventanales de cristal blindado observarán las columnas de humo que la Roma incendiada fijará en el horizonte, nada comparables en aroma con las del coñac francés que ellos sí podrán saborear.

Mientras, sus paisanos se las verán y desearán no para beberse una copa de licor, sino para probar un sencillo vino, un aceite de oliva o subirse a un utilitario; productos y manufacturas que reventarán, al otro lado de los océanos, los depósitos de acero inoxidable, las campas y almacenes, condenando también al paisanaje a añorar ese bienestar que le adormeció durante décadas.

Si hay un remedio, no pasa ni por arrodillarse ni por salir de estampida hacia la barbarización. Pasa por la unión, la Unión Europea, sí, pero también la de esta con el resto del mundo, China incluida, seamos también disruptivos.

Y si en algo tiene razón Donald Trump es en que ha llegado la hora de la independencia. De la nuestra, claro.

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4 comentarios en “Peagrosemana 25.14 La hora de la independencia”

  1. Este fin de semana ha habido protestas multitudinarias por todo Estados Unidos… Allí tampoco gustan las directrices del jefe. Pero sí, parece que el guión de la distopía ya está en marcha.

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