Mientras sus señorías se dedican a darse patadas en el culo de la Democracia y acelerar así el cambio de régimen que se atisba en el horizonte, el orden (o desorden, según se mire) legislativo va calando como lluvia fina en el día a día de agricultores, ganaderos y demás integrantes de la cadena alimentaria.
La Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario o ley del desperdicio alimentario ha aterrizado definitivamente. Era otro de los grandes compromisos alimentarios del Gobierno y, ciertamente, una norma importante porque es mucho lo que tiramos en las sociedades avanzadas con sistemas alimentarios que nos gusta tachar de eficientes porque no prestamos atención a sus ineficiencias ético-morales. El pensamiento logístico nos adormece la razón y produce monstruos como el desperdicio y el hambre, que son dos caras de una misma moneda.
En fin, ya la tenemos y pronto veremos su capacidad real para poner el orden que pretende. Lamentablemente, el debate sobre esta ley (y otras) no ha servido para crear conciencia social al respecto, que sería uno de los objetivos de la actividad parlamentaria, sino para montar otra charanga política de baja estofa por esa manía (entre otras) de meter en las tramitaciones parlamentarias asuntos que nada tienen que ver con el que se lleva entre manos.
¿Qué ha sido lo importante en el debate sobre la ley contra el desperdicio? Pues el lobo, claro, ¿cómo no se nos había ocurrido? Bien mirado, tiene su lógica, es un gran desperdiciador, mata más ovejas de las que se come y a los pastores les hace desperdiciar noches de sueño, como antaño. Vino el lobo y sus señorías desperdiciaron la oportunidad de concienciarnos sobre el desperdicio alimentario.
La sobredimensionada presencia del cánido en el imaginario colectivo sigue generando atmósferas confusas y, por supuesto, proclives a las desmesuras y esto que llamamos polarización. Así es difícil sacar conclusiones acertadas porque todo el mundo barre para casa y levanta mucho polvo con el escobado. Menos pasión y más razón requeriría el asunto, pero los tiempos no son favorables, nos gusta jugar a todo o nada.
El caso es que el lobo ha salido del listado de especial protección y, al norte del Duero, se podrán regular sus poblaciones mediante la caza. Casi seguro que no es la solución, pero la ultraprotección (estando la especie plenamente recuperada en algunos territorios) tampoco lo parecía y el pastoreo es, como el propio lobo, un indicador de la salud ecosistémica. No es fácil gestionar la coexistencia, de acuerdo, pero eso, precisamente, hace más importante dejar a un lado los maximalismos y las hipérboles.
Como vino el lobo, de las sesiones parlamentarias casi han pasado desapercibidos asuntos tales como la definitiva renuncia a crear una agencia estatal para la alimentación, lo que deja más coja a la ley de la cadena alimentaria, o la recuperación del derecho a contratar temporeros sin la obligación de hacerlos fijos discontinuos, algo que los empresarios agrarios agradecerán mucho mucho.
Fuera del Parlamento, la estrategia de formación agroalimentaria presentada por el MAPA tampoco ha tenido demasiado eco, pero no deja de ser una necesidad que quizá precise de más acierto comunicacional y capacidad de seducción, porque oferta, pública y privada, hay para dar y vender.
Y siguió lloviendo, qué bendición.
Feliz peagrosemana.