Cuando hablamos de la Transición el pensamiento nos lleva al periodo político que, tras la muerte del dictador Franco, se abrió para dar paso a una democracia plena en España. Pero transiciones hubo varias y también merecen ser adornadas con mayúsculas iniciales. Es el caso la Transición Agraria, cuyo último relato salió de la imprenta hace unas semanas y lleva la firma de un testigo directo y actor de primera línea, Jaime Lamo de Espinosa, quien fuera ministro de Agricultura entre 1978 y 1981.
Aunque no parezca mucho tiempo, sépase que antes fue subsecretario del mismo ministerio y después ministro adjunto al presidente del Gobierno (Calvo-Sotelo), además de mantener, a través de sus muchas ocupaciones, una relación cuasi matrimonial con la agricultura durante décadas.
La Transición Agraria, 1976-1982 es una obra testamentaria que deja para las futuras generaciones memoria de tiempos apasionantes en los que se fijaron muchas bases de lo que hoy es la agricultura española: el nacimiento de las organizaciones profesionales agrarias, las tractoradas, el anhelo de ingresar en la Comunidad Económica Europea (CEE), la sempiterna losa de los precios y la renta de los agricultores y ganaderos, las negociaciones internacionales, también las de casa, la reordenación de la pesca, los primeros movimientos hacia la sostenibilidad medioambiental y, por fin, la alimentación como competencia ministerial.
Hay que agradecer a Lamo de Espinosa el ejercicio realizado y el resultado obtenido, ya que la lectura es amena, técnica solo en lo imprescindible y amable hasta con los “enemigos” y las frustraciones, pues el exministro no pudo saborear en paladar propio la entrada de España en la CEE, tan entorpecida por el presidente francés Giscard d’Estaing, ni llegar a tildarse como ministro de Alimentación.
En esta otra pelea de la transición agraria también se empleó a fondo; no por él, sino por su profundo convencimiento de que las competencias en alimentación debían estar en el ministerio de la agricultura que también fue luego de la pesca para conformar lo que él denominaba sistema agroalimentario.
Pero también aquí hubo zancadillas y quiso la fortuna que fuera una iniciativa del PSOE y no de la UDC, su partido, que tantas veces había insistido en la cuestión, la que consiguiera el impulso definitivo. Quizá el escándalo de la intoxicación con aceite de colza fue el catalizador último.
Así que Lamo de Espinosa, el mismo día que cesaba como ministro de Agricultura, veía publicado en el BOE el real decreto que creaba el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, cuatro años después de plantear “su” transición agraria, como especialista en la materia, en los añorados estos días Pactos de la Moncloa. “Pensé en el sino clásico del político que lucha por una idea y esta se realiza precisamente con el ministro siguiente”, confiesa el autor.
El texto abunda en historias trascendentes como esta, anécdotas con su punto de sal, recapitulaciones, reflexiones y otras categorías de relato. Todas ellas interesantes por la información que ofrecen, el testimonio que dejan y las pistas que dan para entender algunos problemas clásicos y actuales de la agricultura y la ganadería y atisbar fórmulas de acción frente a ellos.
También la comunicación tuvo su espacio en la clarividencia de alguien que se enfrentaba a una transición agraria: “El cumplimiento del paquete de medidas legislativas […] obligaba a desarrollar una política de comunicación especialmente activa, con el problema adicional de que debía implementarse en un entorno mediático cada vez más urbano y que vivía de espaldas al mundo rural”. ¿Suena?