Fenavin, la feria nacional del vino que se celebra cada dos años en Ciudad Real, ha vuelto a demostrar esta semana que es tierra firme para los productores españoles. Cuando lo normal, debido a la crisis y a los excesos cometidos, es que los certámenes feriales se replieguen, algunos, como este castellanomanchego, no solo se mantienen sino que podrían incluso crecer.
Porque Fenavin se ha llenado de expositores, pero también ha dejado en la calle a algún centenar de estos que se ha tenido que conformar con integrar la lista de espera para cuando haya sitio. Si es que alguna vez lo hay, porque Ciudad Real no da para más, ya no caben más pabellones de quita y pon como los que complementan el exiguo recinto ferial de la ciudad. O sí que caben, pero está por ver que las autoridades se quieran poner de acuerdo para dar rienda a las demandas de crecimiento de la feria.
En esto, Fenavin es el fiel retrato de nuestra eterna España. Políticos a la greña porque el color de las siglas que representan está por encima de los intereses de los ciudadanos. Cabría pensar, a la vista del éxito de la iniciativa, que detrás hay una coalición de fuerzas conjuradas para sacar adelante un proyecto de gran importancia para la comunidad, pero nada más lejos de la realidad. Detrás de Fenavin siempre ha estado la diputación provincial y prácticamente en solitario, porque el gobierno autónomo hace lo justo para guardar las apariencias. Y con respecto a la ciudad, a su ayuntamiento, si son ciertas algunas cosas que se cuentan sobre proyectos urbanísticos que estrangularían las posibilidades de crecimiento de la feria… en fin, mejor pensar que solo son habladurías.
Quizá algunos piensen que llenar hoteles y restaurantes en varias decenas de kilómetros a la redonda, que aparecer como epicentro de un sector agroalimerntario como el del vino, que recibir a varios cientos de compradores internacionales, que ver desfilar a miles de visitantes y decenas de figuras de la agroindustria, de la economía, de la cultura y de los medios de comunicación no es motivo suficiente para arrimar el hombro. Allá ellos y sus administrados.
Una clara referencia. Por lo demás, Fenavin va como un tiro. No he hablado con nadie en los dos días que he pasado por su carpas que tuviera motivos de queja. El precio es razonable; los servicios, mejores en muchos casos que los de instituciones feriales de primer nivel; los contactos comerciales, que es a lo que se va, abundantes; el programa de actividades paralelas, inabarcable, aunque, eso sí, con altibajos.
Fenavin no es una feria pensada para dar imagen, desde el principio se concibió como un encuentro eminentemente comercial y muy operativo en este sentido. Por eso los pabellones de los expositores no deslumbran al visitante, pero suelen verse con gente trabajando.
Las empresas han sido fieles desde el primer momento, y las que solo iban a mirar, para hacerse una idea previa, han acabado exponiendo. También las comunidades autónomas, con muy poca presencia en las primeras ediciones, empiezan a plantar sus espacios “nacionales”.
No cabe duda de que el sector español del vino ha adoptado ya a esta feria como su certamen de referencia en nuestro país. Y hay que admitir que el trabajo de la diputación de Ciudad Real se lo ha ganado. Castilla-La Mancha, que contiene la mayor extensión de viñedo del mundo, debe intentar extender ese liderazgo a otros ámbitos de carácter más cualitativo. Fenavin es un escalón importante en ese sentido, como lo podría ser la que estos días llamaban “cumbre del vino” y que nadie sabe definir muy bien qué será.
Al parecer, la comunidad autónoma está trabajando en ella, pero ha trascendido poca información clara al respecto. De alguna manera, Fenavin ya es una buena cumbre del vino, pero tampoco le vendrá mal a este territorio un nuevo evento de similar o mayor altura si es eso en lo que se está pensando. Pronto lo veremos.
¿Modelo sostenible? No cabe ninguna duda de que detrás de Fenavin hay un gran esfuerzo público. Y por ello la pregunta lógica de estos días era: ¿Cuánto puede durar esto? De momento, lo cierto es que los recortes no se han llevado por delante un proyecto tan bien construido. Y, funcionando como funciona, no sería extraño que la respuesta de los expositores fuera positiva si la organización acabase demandando de su parte algún esfuerzo mayor. Esa sería la prueba del algodón de la sostenibilidad.
Otros certámenes no la han pasado, pero esta feria ciudadrealeña no se ha levantado, como el teatro -auditorio de esta misma ciudad, sin ton ni son. La primera es una muestra de cómo se pueden consolidar iniciativas de interés económico desde las administraciones públicas; el segundo se ha quedado en el esqueleto de hormigón de lo que debieron ser los sueños megalómanos de alguien.
Público no es sinónimo de insostenible, aunque se acerque mucho gracias a la torpeza (seamos suaves) institucional que ha reinado en España. Por eso a Fenavin, cuyas realizaciones son palpables, hay que otorgarle el beneficio de la confianza.
Por lo demás, muchas bodegas, grandes algunas, medianas o pequeñas la mayoría. Muchos y buenísimos vinos, como corresponde a un país de larga tradición y estupendos profesionales. Abundantes contactos que se sustanciarán o no en las próximas semanas. Y jornadas con mucha y en ocasiones muy interesante información.
Sin duda alguna, Fenavin se ha consolidado como la feria monográfica de referencia del vino español. A parte del éxito cosechado, hay que resaltar que en esta edición los expositores ecológicos han representado el 23% del total, una subida considerable comparada con el 10% de la edición anterior. ¡Enhorabuena!
Gracias por compartir tu opinión, Adrián. Tuve la oportunidad de probar algunos de esos vinos ecológicos, fenomenales. La familia Parés Baltà, por ejemplo, está haciendo cosas muy interesantes en varias zonas.