El título, evidentemente, es una provocación, pero lo explicaré. En la entrada anterior concluíamos que es necesario un nuevo sistema de extensión agraria que sirva para canalizar el conocimiento desde los centros de investigación y experimentación hasta el campo y las granjas, lugares donde se da el proceso productivo agrario y en los que hay que conseguir un aumento de la productividad y, en consecuencia, de la renta.
Hablábamos de la Productividad Total de los Factores (PTF) como elemento clave para conseguirlo e identificábamos a esta con el progreso tecnológico. No contábamos (lo hacemos ahora) que la PTF en nuestro país se mueve en valores realmente bajos, cuando no negativos. Y esto nos podría llevar a concluir que nos falta progreso tecnológico por culpa de nuestra escasa vocación investigadora.
Algo de ello hay, porque si no fuera por las universidades y centros públicos no existiría prácticamente investigación. España invertía en 2010 (máximo histórico) un 1,4% del PIB (Producto Interior Bruto) en investigación, cuando la UE-27 superaba el 2% (atención, porque esto incluye a los países menos desarrollados; la diferencia con los más dinámicos es considerable).
Pero pensamos en PEAGRO que el problema fundamental no es el retraso investigador, porque mientras, como se ha dicho, la PTF no progresa, el esfuerzo en investigación sí lo ha hecho. Si en 1985 había 2 investigadores por cada 1000 trabajadores, en 2012 eran más de 7 investigadores o científicos, cifra que aumenta si se considera a todas las personas involucradas en I+D+i.
En consecuencia, cabe preguntarse ¿por qué a un progreso investigador como el señalado no le corresponde un progreso tecnológico, un incremento de la PTF, proporcional o, al menos, significativo? Y la respuesta puede que esté en el estrangulamiento que existe en la fase de transferencia, lo que en el sector agrario quizá se explique, al menos en parte, por la desaparición de la extensión agraria. También, como se apunta muchas veces en el sector, por la falta de correlación entre la orientación de las investigaciones y las necesidades reales de agricultores y ganaderos.
De ahí que me permita decir, entre bromas y veras, que hay que dejar de investigar y poner el énfasis en extender los resultados de las investigaciones ya realizadas, porque de nada ha de servir al sector agroalimentario un saber que se queda en las publicaciones científicas y en los círculos más elevados del mismo.
Una nueva oportunidad
Mentiría quien dijera que las administraciones no son conscientes de la situación. Y, de hecho, ligados al Plan de Desarrollo Rural 2014-2020 hay recursos suficientes para poner en marcha un programa de asesoramiento que sirva para hacer percolar el conocimiento técnico hasta el lugar en el que ha de convertirse en saber práctico.
En Aragón, donde el sector se unió hace algunos años en lo que se ha llamado Alianza Agroalimentaria Aragonesa (AAA), existe un proyecto ya bastante definido sobre cómo aprovechar esos fondos.
Alrededor de él existe incertidumbre, como es lógico, empezando por la probable falta de demanda del sector, pero también esta se puede estimular. Lo importante es que organizaciones agrarias, colegios profesionales y empresas y cooperativas agroalimentarias están de acuerdo en implementar un modelo de asesoramiento que, de entrada, cuenta con la garantía de todos estos colectivos profesionales, que son, a la postre, los que mejor conocen el sector porque ellos son el sector.
El diseño, que se dará a conocer mañana por primera vez (la imagen de más abajo enlaza con el programa de la jornada en que se va a presentar), es original y, de llevase a cabo, será pionero en nuestro país. Y aquí radica otra de sus ventajas: podría servir de orientación a muchos otros territorios, pues el problema de la transmisión del conocimiento agroalimentario no es exclusivo de nadie.
El esfuerzo que han realizado los miembros de la AAA es importante (todos conocemos las dificultades que suelen presentarse a la hora de establecer consensos de este tipo), pero también pueden ser muy importantes los resultados de la iniciativa. Cabe pedir, en este sentido, amplitud de miras, renuncia a los intereses particulares y visión de medio y largo plazo.
Como país desarrollado, España está inmerso desde hace décadas en un proceso de desagrarización que algunos confunden con modernización, y no es lo mismo. No es lo mismo desagrarizar que modernizar, aunque lo primero venga siendo una consecuencia natural de lo segundo. Hay que demostrar que en el siglo XXI cabe un agrarismo de nuevo cuño, basado en la incorporación intensiva de tecnología e innovaciones, la integración de una perspectiva medioambientalista y focalizado en las nuevas necesidades del consumidor.
Eso únicamente se logrará mediante un baño de conocimiento a través de protocolos adecuados de transferencia, de forma que se haga crecer notablemente el capital humano, se mejore la estructura productiva y empresarial y se incorporen avances tecnológicos de primer nivel.
Esta y no otra será la única vía de mantener e incrementar la renta de agricultores y ganaderos cuando la liberalización de los mercados se concluya y las ayudas de las administraciones dejen de fluir directamente a su bolsillo, algo que tarde o temprano ocurrirá.
Por otro lado, puede que al sector primario le corresponda un espacio marginal en el PIB, pero todavía puede demostrar que su importancia social es indiscutible y mucho mayor que la de su peso económico. Incluso en el siglo XXI.