Terminaba la publicación anterior afirmando que sin una prensa especializada y con suficientes efectivos, es decir, periodistas que conocen bien de qué hablan y cuentan con medios de comunicación y espacios informativos adecuados, el sector agroalimentario no logrará el protagonismo y reconocimiento social que reclama y, por supuesto, merece.
¿Por qué es así? En primer lugar porque es difícil que un informador no especializado pueda contar historias agrarias interesantes al gran público y hacerlo de una forma amena y útil, despertando el deseo de saber y la demanda de nuevas informaciones. No hace falta más que darse una pequeña vuelta por los textos publicados para comprobar que casi todos giran en torno a lo mismo: PAC, crisis alimentarias, demandas sindicales, denominaciones de origen y determinadas magnitudes productivas o económicas. Poco más ofrece la información agraria sobre un sector tan vasto que sin duda podría sostener una producción informativa mucho más variada y rica. Pero encontrar todos los días algo que contar no es fácil para nadie y mucho menos para profesionales que muchas veces solo se ocupan de la agricultura o la ganadería tangencialmente.
Por otro lado, si en las redacciones no hay especialistas en el sector agrario, ¿quién va a defender el interés del mismo para la sociedad?, ¿con qué argumentos?, ¿cómo van a competir las informaciones que lleguen del sector con las que lo hagan desde ámbitos -económicos, sociales, políticos, deportivos- que tienen asegurado su aterrizaje no sobre un redactor especializado, sino sobre varios? Hubo un tiempo en que prácticamente todos los periodistas tenían un vínculo más o menos sólido con el campo que facilitaba la penetración de las noticias agrarias, pero esta circunstancia se diluye poco a poco en la creciente urbanización de vidas y mentalidades y no parece que otros factores que hayan venido a sustituirla.
Además, no es difícil colegir que si no hay suficientes redactores de especialización agroalimentaria será imposible que después haya jefes de sección, de redacción o mandos directivos especialmente conectados a la agricultura, la ganadería y la alimentación. Es decir, el sector no promocionará en las redacciones. El coste en términos de comunicación de esta circunstancia puede llegar a ser verdaderamente alto en cuanto los vínculos personales de los profesionales de la información con el campo a los que se aludía más arriba alcancen su mínima expresión, algo que probablemente no tardará en ocurrir.
Todo lo anterior compone una reflexión válida para situaciones ordinarias. Pero vayamos con las extraordinarias. Primero en positivo: ¿qué trascendencia informativa han tenido o tienen los efectos de la crisis económica en el sector agroalimentario? Se sabe que la ha soportado con cierto éxito, que ha escapado del derrumbe generalizado ocurrido en otros contextos, que incluso el crecimiento de las exportaciones agroalimentarias ha contribuido a suavizar algo la amargura imperante. ¿Pero quién lo sabe?, ¿todo el mundo o sólo los corrillos profesionales?, ¿le ha dado la prensa a esta circunstancia el protagonismo que merece?, ¿valora la sociedad la fortaleza demostrada?, ¿algún político ha apuntado al sector agroalimentario como posible motor para salir de la crisis?, ¿hay algún debate de importancia abierto en torno a esta posibilidad? Notables personalidades del sector han hecho hincapié en la cuestión, pero parece que nadie ha recogido el guante. La prensa, por supuesto, no ha alimentado esta línea de reflexión a pesar de todo el tiempo y todo el espacio que dedica a la crisis. Podemos concluir que, en general, las aportaciones de progreso que el sector agrario realiza, que son abundantes y en terrenos muy diversos, apenas se convierten en argumentos de comunicación y no llegan a penetrar suficientemente en la sociedad.
Y para terminar, pongámonos en lo peor, vayamos al negro, a lo extraodinariamente negativo. Las crisis alimentarias como la de las vacas locas o la del pepino. Todos conocemos sus devastadores efectos. Todos sabemos el papel catalizador de las mismas que los medios de comunicación juegan (lo que no equivale a decir que sean los culpables de lo que en ellas o con ellas acontece). Hagámonos una pregunta: ¿tendría las mismas consecuencias una crisis alimentaria si solo informaran sobre ella los medios o los periodistas especializados? Evidentemente, no. Un periodista que conoce el sector agroalimentario entiende mejor el problema, lo analiza en mayor profundidad, sabe dónde están las buenas fuentes informativas, las fidedignas, atisba mejor que otros los efectos que su trabajo puede provocar y creo no equivocarme si digo que siente un mayor compromiso con la solución de la crisis.
Lo que ocurre es que si los medios no cuentan con los profesionales adecuados, de vacas o de pepinos escriben los redactores de sociedad, de economía… o, si se permite la broma, de sucesos. Y no es lo mismo. No es lo mismo que los afectados encuentren interlocutores que dominan el lenguaje y los demás códigos que les son propios a que tengan que hacerse entender con periodistas llegados hasta ellos por razones meramente circunstanciales.
Así que terminamos como en la entrada del blog precedente, insistiendo en que al sector agroalimentario le vendría bien una prensa especializada más desarrollada, pues se juega mucho en el ámbito de la comunicación y todavía no cuenta con los receptores más adecuados para sus mensajes.
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