De palos y zanahorias

Lo que nos ha ocupado la semana recién consumada es el recule de Trump, que ya ha llenado de tachones la pizarra arancelaria, con un homogéneo 10 % (durante 90 días) para todo quisque, salvo para China, con la que sigue el pulso de máximos. Algunos respiran con cierto alivio, pero si las dos superpotencias económicas se lían a palos, ¿qué podría salir mal para todos los demás?

Dice el ínclito ocupante de la Casa Blanca que su dadivosa rebaja se debe al tren de países que esperan en la escalinata para besarle el culo [sic], pero precisamente aquellos con los que mayor déficit comercial tiene la metrópoli (salvo, quizá, México) son los que le han plantado cara. Los de Europa, unidos, formales, serenos y firmes, han reaccionado como más nos apetecía y, además de mandarle el recado oportuno en forma de arancel-zanahoria 0,0 %, nos han dado a los europeos motivos para creer que la UE puede ser una patria.

Lo cierto es que el entorno del magnate-presidente se ha venido abajo y el que ha besado la lona es el del flequillo naranja, que no está derrotado ni mucho menos, ya nos gustaría.

Aquí, a quienes más les gustaría es a los viticultores y olivareros. Sobre ellos hemos puesto el foco más que sobre ningún otro porque el palo arancelario pensamos que es mayor para los que más exportan. Pero, al margen de incertidumbres inevitables, los productores de aceite de oliva no están asustados del todo: aun con aranceles, el precio actual en origen del oro mediterráneo hace que el PVP en Nueva York sea menor que el de la pasada escalada de precios por la caída de la oferta. Por cierto, ni con esas bajó el consumo, así que hay motivos para el optimismo.

Otra cosa es el vino, que viene de una larga y profunda crisis y, como al perro flaco que empieza a ser, una pulga más le puede resultar insoportable. En todo caso, si saltará o no en pedazos el sueño americano en el que muchas bodegas ya se mecían está por ver. Con un prestigio creciente y esa relación calidad-precio que es su mejor zanahoria seguro que aguanta más el tipo que el vin français.

Volviendo al aceite de oliva. Uno de sus retos es conseguir que la hostelería respete la norma que prohíbe servirlos en aceiteras rellenables. La interprofesional de los susodichos termina estos días su reedición de la campaña ¿Peeerdona?, con la que busca concienciar a los restaurantes para que cumplan y a nosotros para que les ayudemos a cumplir. Echemos, pues, una mano, que hay mucha aceitera, pringosa o no, hablando mal de uno de nuestros alimentos emblemáticos.

Dice la Administración, tan amiga de promulgar normas que luego no hace respetar, que no tiene suficientes inspectores. Y digo yo: con uno sería suficiente si el resultado de su trabajo fuera ejemplarizante y, en modernos términos digitales, viral. Nos entendemos, ¿no? La DGT tampoco tiene tantos motoristas.

Lo que tiene es una estrategia de comunicación y un estilo de viejo maestro de esos que sacaban la vara cuando el mensaje original no era atendido. En lo agroalimentario, sin embargo, la comunicación es regulera y a los varazos les falta coherencia. La UE, por ejemplo, se hace unos líos tremendos con eso del palo y la zanahoria. Ahora viene una legislación sobre vigilancia del suelo que no lleva palo, solo información para agricultores y ganaderos. ¿Atenderán estos el mensaje original o a vigilante sin palo, fiesta de pijamas? Confiemos en que sí. Al menos, los productores de cereza y de tocinos, a los que el presidente del Gobierno les trajo un regalico de su visita a Chinas y Cochinchinas.

Feliz y santa peagrosemana.

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