En su momento fui muy crítico con la decisión de Mondelez de cerrar su fábrica de chocolates en la población de Ateca y mandar a todos los trabajadores de esta al paro. Me parecía, a tenor de las informaciones que se iban conociendo, que era una decisión innecesaria destinada a generar un sufrimiento igualmente innecesario.
Pensaba también que era una decisión poco inteligente porque considero que fabricar un producto en el lugar del que es originario y en el que durante cientos de años se ha estado elaborando tiene unas ventajas más o menos intangibles que no deberían despreciarse en un mundo donde la competitividad depende a veces de cuestiones casi de matiz.
Ateca, como dice el eslogan que esta crisis ha contribuido a instalar en la mente de todos, es chocolate. Y, en este sentido, me parece un caramelo para cualquier empresa que se dedique al negocio de los derivados del cacao, precisamente por esos intangibles.
BodoAl final, he de aplaudir la decisión de Mondelez de escuchar a las voces críticas y comprometerse en la búsqueda de soluciones menos dañinas para la población. También saludar la decisión de Chocolates Valor, la veterana compañía española que ha adquirido lo que la primera no quería demostrando así que la viabilidad de la fábrica atecana no era un mito. Y, cómo no, homenajear a los trabajadores y a los vecinos de Ateca por su capacidad de lucha. Donde otros se hubieran rendido tras atrincherarse en el lamento, ellos plantaron batalla y hoy, a pesar de todo, el sol brilla más fuerte a orillas del Manubles.
Pero dicho esto, quiero moverme hacia el terreno ese de lo… ¿intangible? Decía en mi anterior entrada sobre el tema que si se quiere vender un producto creíble y no una manufactura mal pagada, ¿qué mejor que acudir al origen?, al lugar donde, en este caso el chocolate, dio lugar a una industria pero también a una cultura.
Lo resume muy bien la acertada frase de Ateca es chocolate, porque detrás de esta afirmación hay una historia potente, una vocación clara y una voluntad poderosa, la que vincula un producto venido de las Indias con esta vecindad del Monasterio de Piedra, lugar por el que todo el mundo parece estar de acuerdo en que entró el cacao a Europa.
Historia, vocación y voluntad. Poco más se puede pedir a la hora de vender un producto, porque en la conjunción de estos tres elementos está la garantía que todo consumidor va a demandar. Lo inteligente, repito, es aprovecharse de ello.
EverjeanAsí que el problema se reduce, a mi entender, a crear cauces para que los intangibles se manifiesten y cumplan su función. Y precisamente eso ocurrió en Ateca el pasado fin de semana, donde se empezaron a crear o a consolidar cauces para que vender el chocolate del lugar ( y no solo este) sea cada vez más fácil.
¿Por qué iba a fijar una asociación como Slow Food su atención en un lugar como Ateca si no fuera por haber encontrado en él una señalada impronta cultural y alimentaria? ¿Por qué iba a acudir hasta allí el rector de la universidad de ciencias gastronómicas impulsada por esta organización? ¿Por qué iban a reunirse en este pequeño pueblo un grupo de expertos en cacao y chocolate si ello no tuviera un sentido intelectual a la vez que práctico?
No aprovechar semejante circunstancia por parte de los atecanos, de la industria local y de operadores foráneos sería tan grave como lo hubiera sido cerrar la fábrica de los Huesitos, porque, si se ve con altura de miras, a cualquier productor español vinculado al mundo del chocolate le vendría bien que el mundo supiera que este corrió por primera vez fuera de su entorno natural parejo a los ríos Piedra y Jalón. ¿O es mejor que Suiza o Francia se cuelguen las medallas?
Eso sí, estoy con el gastrónomo, editor y librero José María Pisa en que todo lo que se diga debe estar suficientemente documentado. Él ya ofreció variadas e interesantes pistas al respecto en su intervención ante el auditorio congregado en el Ayuntamiento de Ateca.