Hace unas semanas tuve la suerte de que Agriterra, una organización dedicada a la promoción de la agricultura de países en desarrollo, me invitase a formar parte de un grupo de periodistas europeos con los que llevar a cabo un proyecto de carácter internacional. En virtud de una convocatoria del European Journalism Center (EJC), Agriterra tenía previsto realizar una propuesta para realizar una serie de informes sobre la relación existente entre el desarrollo agrario y el progreso de las sociedades. Informes que después se someterían a verificación científica.
La buena estrella no ha durado hasta el final y el proyecto, que competía con más de 500 de distintas procedencias, no ha sido seleccionado. Una pena, pues me hubiera gustado estudiar la aportación del sistema cooperativo agroalimentario a la economía y la sociedad costarricense o, quizá, lo que la Universidad Campesina de Sucumbíos, en Ecuador, está suponiendo para esta zona amazónica. Otra vez será.
Pero la experiencia no ha sido baladí. Además de conocer a un grupo de colegas con los que a buen seguro habrá colaboraciones futuras (ya han comenzado), me he acercado a la realidad de una entidad, Agriterra, de la que tenía un conocimiento muy ligero y cuya labor me parece muy interesante.
Se trata de un organismo holandés creado en 1997 por cuatro entidades vinculadas al sector agrario de este país. Su equipo de profesionales, integrado por más de 40 personas, desarrolla labores de desarrollo agrario y rural en colaboración con más de 100 organizaciones de todo el planeta.
Sus actividades van desde el turismo rural a la creación de entidades de crédito para campesinos (recordemos que Holanda es uno de los grandes baluartes de la banca cooperativa), pasando por programas de ayuda a la producción o a la comercialización de productos agroalimentarios.
La filosofía de Agriterra, que parte de la experiencia constatada en los países desarrollados, es que mediante la creación de potentes organizaciones agrarias, bien sea en el terreno de la producción, de la financiación o cualesquiera otro, es como los países en desarrollo consolidan sus democracias y un crecimiento equilibrado de la economía.
Recuerdo, en este sentido, la entrevista que le hice en 2008 al comisario del Pabellón de Colombia en la Exposición Internacional de Zaragoza, Luis Alfonso González. Ese famoso Juan Valdez de la mula y el sombrero que hoy es una de las marcas mundiales más reconocidas, Café de Colombia, es fruto de una unión de pequeños productores. Con ella no solo se ha consolidado un proyecto comercial de ámbito internacional, también ha servido para arrebatar territorio rural a la guerrilla o el narcotráfico consolidando poblaciones estables y prósperas.
Es posible que los cafeteros colombianos no necesiten ya de la colaboración de entidades como Agriterra, pero sí muchos otros agricultores de cientos de lugares que trabajan denodadamente y en condiciones muy precarias por hacerse con un modo de vida estable y próspero. Hacer que su voz se oiga también es una de las funciones de la organización, que colabora muy estrechamente con periodistas agroalimentarios y con la International Federation of Agricultural Journalists (IFAJ) para divulgar estos proyectos de desarrollo rural.