Que la población de la Tierra crece imparablemente y que los recursos disponibles para atenderla son limitados es algo de lo que se habla desde hace mucho tiempo. La cuestión, no obstante, preocupa cada día más, lo que no quiere decir, aunque esto sea una contradicción, que nos ocupe cada día más.
Sí ha ocupado recientemente a los colegios de ingenieros agrónomos y de ingenieros técnicos agrícolas de Aragón, que dentro de sus jornadas de Otoño (Verde que te quiero verde) y bajo el título de ¿Habrá para todos? convocaron a la profesión y a la sociedad para hacer una reflexión conjunta sobre la capacidad de nuestro planeta para alimentar a toda la población que, nunca mejor dicho, se le viene encima.
El ponente elegido para la ocasión, Jaime Lamo de Espinosa, ingeniero agrónomo, economista y exministro de Agricultura, expresó con su brillantez habitual unas ideas, por lo demás, bien conocidas: la creciente demanda de alimentos no podrá ser atendida con lo que el suelo y el agua disponible sean capaces de producir salvo que medie, como lo ha hecho siempre, la ingeniería agronómica, que en la actualidad ofrece como única solución a los posibles problemas de abastecimiento los Organismos Genéticamente Modificados (OGM).
En este sentido, Lamo mantiene que sólo mediante los llamados transgénicos se podrá satisfacer la demanda futura de alimentos de la población mundial, y lanza duras críticas ala Unión Europea por haberse quedado atrás por cuestiones políticas cuando «el mundo científico está a favor de los OGM». Ni el abundante territorio africano, cuyo suelo no es suficientemente apto, ni el incremento del regadío, que implicaría un mayor consumo de productos fitosanitarios y fertilizantes, podrán garantizar, por ejemplo, las necesidades de trigo que se producirán cuando China e India consuman la misma cantidad que Europa.
El exministro adobó su intervención con interesantes reflexiones sobre la agricultura, la crisis económica, los precios del petróleo y los mercados de futuros y derivados que el público siguió con interés y admiración, hasta el punto de que llegó a olvidarse del tema central de la jornada.
«¿Habrá para todos?», preguntaban los organizadores, pero lo que imperó en el coloquio posterior a la ponencia fue «¿qué hay de lo mío?». Si dentro de treinta, cuarenta o cien años hay problemas, ya arrearán los que vengan detrás, porque a los de ahora lo que nos ocupa (y de ahí la duda manifestada al inicio de estas líneas) son las ayudas de la PAC, nuestro ‘corralito’ particular. ¿Quién puede dejar pasar la oportunidad de inquirir a un experto como Lamo de Espinosa sobre la previsible evolución de su cartilla de ahorros aunque sea cuando toca hablar de la alimentación de la gente?
La agricultura, pese a lo que se diga, nunca ha sido capaz de alimentar a toda la población. Y seguirá sin hacerlo en el futuro porque el problema no es la producción de alimentos, sino la voluntad de darles el fin para el que están destinados: alimentar. Y alimentar, por supuesto, a todos.
Ni los poderes políticos ni los económicos, ni los profesionales de la agricultura y la alimentación… ni la propia sociedad están por alimentar a toda la población. Están, como ha ocurrido siempre, por que coman los que puedan permitírselo. Por eso, la pregunta no es si habrá para todos, sino si querremos darles a todos, y eso pasa por otorgar a la producción de alimentos, desde el propio campo hasta la distribución, pasando evidentemente por la ingeniería agronómica, una orientación humanista y humanitaria de la que hoy carece y de la que cada día se aleja más. ¿Cómo, si no, entender la volatilidad actual de las materias primas agrícolas?
Preguntar si habrá para todos es preguntar a los productores si están dispuestos a mirar un poco más allá de su ombligo, preguntar a los políticos si están dispuestos a considerar la alimentación un derecho irrenunciable e inaplazable de todos los seres humanos y un sector estratégico al que hay que proteger de la especulación, preguntar a los ingenieros si están dispuestos a poner su conocimiento al servicio de la población, independientemente del poder adquisitivo que esta tenga, y preguntar a la sociedad si está dispuesta a frenar su alocada carrera por la desigualdad. A los mercados… mejor no les preguntamos, pues ya sabemos su respuesta.
De todo esto debería haberse hablado en una jornada bien planteada pero mal dirigida en la que sólo dos cosas quedaron claras: la apuesta del ponente por los alimentos transgénicos y el desinterés general por la cuestión planteada. De esto último ya henos hablado, pero, ¿qué decir de los OGM?
Jaime Lamo de Espinosa se limitó a realizar un planteamiento estrictamente técnico sobre el problema de la alimentación y sus posibles soluciones, que es con toda probabilidad lo que se le había pedido. Pero, ¿puede abordarse un tema como este sin consideraciones éticas y morales? En mi humilde opinión, no.
No soy enemigo de la ingeniería genética, es más, considero que nadie en su sano juicio debería serlo a tenor de las aplicaciones que, por ejemplo en el campo de la medicina, hemos visto realizar con éxito y palpables mejoras para la salud y el dolor de las personas. Pero mientras en el ámbito médico los avances tecnológicos van acompañados de un claro debate moral, en el ámbito agrario este debate no se atisba con facilidad. Si a ello añadimos ciertas prácticas oscurantistas y la poca confianza que ofrecen algunos de los principales agentes defensores de los OGM (escuchar estoy el programa completo aquí), no es irracional que, a pesar de la adhesión de la comunidad científica que esgrime Lamo de Espinosa, entre la población el recelo hacia los alimentos transgénicos sea la posición más generalizada.
¿De verdad las grandes multinacionales de la bioingeniería invierten ingentes cantidades de dinero en investigar cómo acabar con el hambre (este es el problema) en el mundo? Si es así, poco habría que objetar, salvadas cuestiones como la de la seguridad. Sin embargo, si de lo que se trata es de vender el invento (lo cual es absolutamente legítimo) sin dar demasiadas explicaciones a los compradores (lo cual ya es más discutible), el enfoque moral no es el mismo. Por eso cuando se nos dice que sólo los OGM serán capaces de satisfacer la demanda futura de alimentos se debe especificar a qué demanda nos referimos, si la de los mercados o la de los estómagos, pues las gentes bien pensadas pueden interpretar esto último, cuando en realidad hablamos de abastecer solo a los que pueden pagar por esa satisfacción.
el hombre se ha vuelto egoista y no comparte nada mucho mneos alimento, si pudieramos enseñar a nuestros niños sembrar y compartir eso perseverara en su subconciente como algo nato y podemos mejorar la nutricion de muchos incluso jugar con la naturaleza les hace sentir parte de ella y la cuidan peo cuando crecen todo ello lo alteran las norma y politicas de estudio y mercado.